El pisto manchego es uno de los platos que me hicieron quedarme algunas tardes castigada sin levantarme de la mesa cuando era pequeña, para pasar a desaparecer rápidamente del plato en el momento en que mis papilas gustativas alcanzaron la madurez. Cosas del pimiento, que tiene una fama muy mala entre la chiquillería.
Hace eones, cuando compartía piso en Madrid, solía cocinar un caldero de pisto con el que me iba alimentando toda la semana. Luego llegó un tiempo en que lo volví a aborrecer, durante el embarazo. Esta vez eran las hormonas las que me troleaban haciendo que me supiera a alcohol del malo.
Ahora debo de estar en plenas facultades, porque llevo un tiempo dándole al pisto como si no hubiera un mañana, y la culpa de todo la tienen los slow cookers, que se afanan en cocinarlo mientras escribo, me hago la keratina o me pongo con un maratón de El Ministerio del Tiempo.
Esta podría ser una receta de esas para vagos reconcomidos en las que echas toda la verdura dentro de la olla y…