Menú semanal Plus | Segunda semana de septiembre de 2024
Una cocina llena de platos y espíritu vintage. Postres de otros tiempos. Una ranita que es amor, cucharas para servir helados y lo de las tradwives. Y recetas para toda la semana.
Una semana más, el menú semanal llega para ayudarte a organizar las comidas y cenas de la semana que viene. En tu mano está adaptarlo a tus gustos y necesidades, seguirlo en parte o al pie de la letra. Haz tu lista de la compra y que el lunes te pille en perfecto estado de revista. ¡Que tengas una buena semana!
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La cocina de Jennifer Fitzgerald es una exposición permanente de vajilla, cestas y tablas de cocina. Los platos y bandejas lo mismo le sirven para comer que para decorar cualquiera de sus paredes. Los vemos sobre la ventana, en la pared verde de la habitación contigua, en un bonito mueble vajillero hecho más para exponer que para albergar, o en la zona de comedor, flanqueando unas cortinas.
Y yo entiendo a Jennifer, porque cuando un plato bonito entra en casa, lo adoptas y proteges aunque quede desparejado y sea el último de la vajilla. No lo puedes tirar. Te alegra el ojo y deseas enseñarlo, usarlo como frutero, para poner los turrones, servir unas pastas. Lo que sea por seguir dándole vida.
Y de las tablas qué puedo decir. Los que han estado en mi casa todavía se preguntan para qué puedo querer tantas tablas. Las uso todas, aunque no sean tan bonitas y tan countrys como las de nuestra anfitriona de hoy.
Esta cocina es muy acogedora. Parca en tamaño y enorme en calor de hogar. Mucha madera natural –en mesa, sillas, suelo y encimera– y un favorecedor blanco roto en las paredes paneladas y pintadas.
El contrapunto de color viene de fuera: la despensa, pintada en un color verde profundo, se deja ver a través del arco que la separa de la cocina. Allí a veces hay cuadros, a veces platos. ¿Cuál te gusta más? Yo, fan declarada de los platos sin duda alguna.
Todo aquí grita ¡vintage! Aunque el frigorífico, los grifos y el fregadero sean más nuevos que el 5G, están escogidos para que no desentonen con el aire antiguo de la habitación.
Jennifer sabe el truco para que, a pesar de exponer gran parte de su vajilla y cacharrería en estantes y paredes, la cocina no huela a desorden. Utiliza una misma gama de color en la vajilla y la combina con materiales como el cobre, la madera y la cestería, todos en distintos tonos de marrón.
Lástima que nadie le haya hablado de lo de conservar los huevos en la encimera. Desde esta cocina privada esperamos que sea solo para la foto y que, una vez terminado el momento pomposo, vayan directos a la nevera, de donde nunca deberían haber salido.
Más de la casa de Jennifer en Instagram
La entrada del coulant de chocolate en las cartas de los restaurantes fue un punto de inflexión en el mundo de los postres. Se dejaron atrás elaboraciones deliciosas que se quedaron en el baúl de los recuerdos y empezamos a encontrar los coulants disfrazados con distintos nombres, además de tiramisús, tartas de queso –primero cuajadas en frío y cubiertas de gelatina, más tarde nos arrolló un tsunami de tartas de queso horneadas, –tartas de zanahoria y mouses de todos los sabores.
Por suerte, quedaron en las cartas cantadas de los restaurantes de menú del día el arroz con leche, las natillas, la tarta de la abuela y el flan con nata, que son como una chaqueta de punto, nunca pasan de moda y siempre dan gustito.
Recopilo aquellos postres que echo de menos y que en algún momento de mi infancia me hicieron muy feliz. Cuando los encuentro en alguna carta, siento una mezcla de ilusión y sorpresa y me lanzo de cabeza a ellos.
Leche frita
Mi madre solía preparar siempre postre para las comidas de fin de semana. Nos cuidaba al milímetro y estas goyerías remataban nuestras comidas de manera magistral. Uno de esos postres era la leche frita, que bordaba.
Cuenta Ana Vega en El Comidista, que en Bilbao, a la leche frita se le llamaba tostada de crema. Ella lo traslada a todo el Cantábrico en general, pero doy fe de que en Gipuzkoa, al menos en Donostia, se les llamó siempre leche frita.
Es una receta en apariencia sencilla pero que necesita mucha mano y precisión para que salga perfecta: cuajada en su justo punto, cremosa sin que se desmorone, frita sin que queden rebabas de huevo ni partes oscuras.
Una crema de yemas, leche y almidón aromatizada con limón que se deja cuajar en frío una vez cocinada, se corta en cuadrados, se reboza en harina y huevo, se fríe en aceite y se espolvorea ligeramente con azúcar y canela. Una delicia.
Receta de leche frita de Ana Vega “Biscayenne” en El Comidista
Tarta de limón
No era mi tarta favorita cuando era pequeña, pero esta elaboración clásica me empezó a volver loca ya cumplidos los cuarenta. Cómo no, lleva merengue, pero que me guste tanto no es solo culpa suya, sino de la crema de limón. Si está bien hecha, es una locura: fresca, ácida y con el punto justo de dulce.
Una base de masa sablé, una delicada crema de limón y un merengue dispuesto en bolitas con manga pastelera y pasado por el horno o el soplete para quemarlo en su punto justo. Y ¡boum!, una tarta que no deja indiferente.
Tarta de manzana
Era la reina de las cartas de postres hasta que fue sustituida por la tarta Tatin y más tarde por la tarta fina de manzana, una delicada elaboración con pocos milímetros de altura.
La tarta de manzana de nuestra infancia era tocha, mucho más tocha de lo que se estila ahora, y sin embargo era deliciosa. La base podía ser de hojaldre o masa quebrada con una capa de crema pastelera encima, finas rodajas de manzana horneadas y un glaseado o mermelada rematándola.
Tarta de manzana en slow cooker de La cocina privada de Crockpotting
Tortilla Alaska
Es uno de los postres que más añoro. No era cosa de todos los días, por lo complejo de su elaboración ni era algo que se hiciera habitualmente en casa. Tengo un recuerdo muy claro de una celebración familiar en el Panier Fleuri de Rentería en la que se sirvieron gigantescas bandejas de soufflé Alaska.
La tortilla o sloufflé Alaska se hace con una base de bizcocho mojado en licor sobre la que se pone helado, frutas, se cubre con merengue y se flambea antes de servir.
Aunque ahora se hacen en algunos –pocos– lugares en raciones individuales para carta, era espectacular ver cómo se flambeaban esas enormes bandejas para banquetes que se servían en los años 70 y 80 del siglo pasado.
La curiosa historia del souffle Alaska | Por Jesús Rojas para DAP
Souffle
La última vez que pedí un soufflé fue en un bistrot de París al que fuimos a cenar. Di un bote en la mesa cuando vino la carta de postres y, por supuesto, lo pedí, aunque me acababa de echar la cuerpo un boeuf bourguignon. Qué tiempos cuando podía digerir una cena completa.
A mí, cualquier cosa comestible que esté inflada con aire me puede. El sabayón, el merengue, una nata montada cremosa o una espuma de leche, me hacen chirivitas en el paladar.
El soufflé es un milagro y conseguir uno decente no es nada fácil. Tiene que subir y mantenerse arriba una vez que llega a la mesa. Es una ingeniería de masas, temperatura y tiempos. Se debe servir recién sacado del horno, por eso medir los tiempos es imprescindible y cocinarlo para una comida en casa no es planteable.
Milhojas de merengue
Mi madre no se andaba con tonterías a la hora de escoger qué pasteles quería. Si le preguntaba si quería que trajéramos una bandeja de pasteles, dejaba muy claro que pastelitos pequeños a ella no, que ella se organizaba con un rascacielos de merengue y que, a poder ser, lo compráramos en Izar.
Yo me ponía muy contenta, porque su aplomo era mi excusa para pedir otra torre de merengue y hojaldre para mí. Ella partía dos mitades y dejaba una para más tarde; ya sabes, el placer de encontrar en el frigo un dulce que te flipa. Yo me armaba de una cucharilla, me comía la capa superior de hojaldre e iba disfrutando del merengue a cucharadas.
En Donosti, Izar era el templo de los milhojas de merengue. Cuando la tienda de la Parte Vieja cerró y quedó solo el servicio de obrador de Martutene, hubo un dramita en casa.
Milhojas de merengue por Merceditas Bakery para Claudia&Julia
Crêpes Suzette
El flambeado y armado de un plato de crêpes Suzette en la mesa es una de las acciones más atractivas de la hostelería. Yo lo considero un regalo, un mimo, y cuando está bien hecho, es un festival.
Por desgracia, cada vez son menos los lugares en los que se ofrecen en la carta: son técnicas en las que hay que estar muy bien entrenado y que llevan un tiempo precioso de elaboración en vivo y en directo.
Según Larousse Gastronomique, a la masa de las crêpes se le añade zumo de mandarina, curaçao y aceite de oliva. Tras un tiempo de reposo, se forman finas crêpes con la masa, que se untan con una mezcla de mantequilla en pomada, curaçao, zumo y ralladura de mandarina, y azúcar en polvo, se doblan en cuatro y se calientan en la sartén. Sobre esta receta hay muchas variantes en las que entran en juego las naranjas, licores como el brandy, el Grand Marnier, Triple Sec o Cointreau y un flambeado final.
Crêpes Suzette por Carmen Tía Alia en DAP
Te quiero mucho, ranita de punto que haces cosas como tomar el té, preparar pasteles o recoger moras. Froggy es una rana nacida de las manos y la imaginación de India Rose Crawford que promete relajación y que es la verdadera influencer de Instagram.